"No había espacio para el dolor... sólo castigos, amenazas,
tormentos y niños que cuidar. La otra opción era la muerte y él me la
ofrecía a cada momento". Con esa frase Juana Elvira Gómez respondió al
principal interrogante: cómo hizo para sobrellevar 30 años sin contar,
sin gritar, sin revelarse ante su propia historia de horror y de
opresión que la ubicó como protagonista en el lugar de hija-mujer de su
propio padre, con quien concibió diez hijos producto de la sucesión de
incontables abusos desde que tenía 13 años.
Con esa síntesis, la
mujer rompió el hielo y comenzó a desgranar con asombrosa paciencia su
propia historia bajo una enramada de juncos, que ofrece sombra al patio
del rancho de barro y paja, ubicado en la zona suburbana al oeste del
pueblo.
"Mi madre murió cuando yo tenía 2 años y 8 meses. Mi
hermana mayor y yo quedamos al cuidado de mi padre. Según él, mi mamá
falleció a causa de una enfermedad, pero nosotras, teniendo en cuenta
que él es un hombre muy rudo, malo y golpeador, sospechamos que la
historia tranquilamente pudo ser de otra manera y no como él la cuenta",
dijo.
Cuando tenía 13 años
Según su
relato, Armando Gómez (62) empezó a abusar de ella cuando tenía 13 años
(hoy tiene 43). "Ahí echó a la segunda mujer que tuvo y empezó a
prohibirme salir de la casa que ocupábamos en Colonia Víctor Manuel
Segundo. Su primera amenaza fue que si salía o me veía conversando con
alguien, me mataba de un escopetazo".
No podía conversar con
nadie. "Ni con las vecinas, porque se ponía celoso y decía que me
pasaban mensajes de otros hombres. Así comenzó mi vida de terror y
angustia, dentro de un círculo del que no podía salir. Cuando veía que
yo estaba pensativa él me recordaba que no debía contar nada de lo que
ocurría, porque me mataría", contó la mujer.
“A pesar de que me
pegaba con lo que encontraba y llegó a castigarme tan fuerte que me dejó
marcas en el cuerpo que llevaré toda mi vida, nunca junté coraje para
denunciarlo. No es que no tenía oportunidad, le tenía miedo extremo.
Pensaba que el día que lo denunciara, hasta que llegue la policía él
podría hacerme pedazos”.
En 1979 Juana comenzó a sufrir los
abusos de su papá. Dos años más tarde tuvo a su primer hijo, Javier
José, quien a los 17 se suicidó. Según su mamá “alguien le contó que era
hijo de su abuelo, se deprimió y se pegó un tiro con una escopeta”.
Tres
años después de Javier nació Tito Mario, quien hoy tiene 26 años. Luego
llegaron Nicolás (24), Mauro (22), Germán (20), Ernesto (18), Lucrecia
(16), Lucía (13), José (8) y Daniel (6). Los cuatro primeros nacieron en
Colonia Víctor Manuel Segundo, el resto en Nicanor Molinas.
Cuando
la internaban para el nacimiento de sus hijos pasaba por su cabeza que
quizás se presentara la ocasión de contar a alguien lo que le ocurría.
“Pero él no me dejaba ni un minuto sola, me controlaba. Y cuando algún
médico hablaba conmigo tenía que transmitirle con lujo de detalles lo
que habíamos dialogado”, explicó.
Tras sus pasos
A
fines de mayo de este año Juana comenzó a sufrir una dolencia que le
paralizó el brazo izquierdo. Los médicos decidieron internarla en el
hospital de Reconquista. Cuando fue dada de alta se alojó por unos días
en la casa de una de sus hijas, en el Barrio Nuevo de esa ciudad.
Hasta
allí llegó Gómez, el padre de Juana, quien después de la internación se
acercó nuevamente a su hija con la intención de seguir ejerciendo
control sobre ella y evitar que buscara ayuda. Tras pocos días en esa
vivienda, los vecinos lo denunciaron porque observaron que castigaba
físicamente a los niños pequeños. Según contaron a La Capital, vieron
cómo el hombre arrojaba piedras con una gomera contra sus hijos de 8 y 6
años.
La detención
El 4 de junio la
policía llegó a la casa y detuvo a Gómez. El hombre no ofreció
resistencia porque no sabía por qué tema lo trasladaban hasta la Unidad
Regional de Reconquista. Dos días después, Juana tomó la decisión de
llamar al oficial de policía de El Arazá, Mario Zalazar, y contarle
parte de su vida. El funcionario la llevó hasta la Comisaría de la Mujer
de Reconquista, donde le tomaron la denuncia y le ofrecieron
contención.
Con su declaración Juana aportó lo necesario para que
el juez de Instrucción de Reconquista, Virgilio Palud, iniciara una
causa que hoy se encuentra en el Juzgado de Sentencia de Vera. Contra
Gómez pesan otras pruebas como las dos tumberas, cuchillos y machetes
que la policía encontró después en un allanamiento a su casa, la
declaración de su hija, de vecinos y las pruebas de ADN realizadas a
ocho de sus hijos. Todas arrojaron resultado positivo.
Uno de los
médicos que la atendió en el Hospital de Reconquista la indagó acerca de
su vida. “Le conté una partecita, nada más. Pero él se dio cuenta de lo
que pasaba y me pidió que lo denunciara. Le expliqué que era imposible
porque eso era firmar mi certificado de defunción".
Después el
médico le contó a la asistente social de la comuna de Nicanor Molinas.
"Ella también me recomendó que denuncie y me ofreció ayuda”. Ambos
funcionarios le marcaron el camino a seguir y la asesoraron sobre cómo
resolver la situación.
En cambio, su hermana y sus tíos paternos
tomaron una posición de rechazo a la decisión que adoptó ella. “Primero
mi hermana me dijo que mi padre también abusó de ella y que por esa
razón se fue de la casa. Ahora no reconoce esa versión ante el juez. Los
hermanos de mi padre vinieron a decirme que le diga al juez que él no
es mi padre, o que mis hijos no son de él. Pero eso es imposible. No
hubo otro hombre en mi vida”.
Atemorizada
Hoy
Juana teme por su seguridad y la de sus hijos. “Vivo con miedo. Cierro
ventanas y puertas porque tengo miedo de que un día lo larguen. Si eso
ocurre vendrá derecho a matarme”, asegura aterrada. “Pasé la vida
demasiado mal. No quiero que eso vuelva a ocurrirme y que tampoco le
pase a otras personas. Después de poder contar mi vida sentí que era
otra persona. Me saqué una gran carga de encima. Hoy siento que disfruto
de la vida. Me pone muy bien levantarme, hacer las tareas de la casa,
tomar mates, cocinar, sentarme en la misma mesa con todos mis hijos y
dormir la siesta según los tiempos que yo dispongo”.
Juana
actualmente recibe atención psicológica y planea reconstruir su vida.
“Todavía no pensé cómo seguirán mis días, pero estoy segura de que soy
capaz de organizar la familia y salir adelante. Siempre es buena la
presencia de un hombre en una casa, pero eso el tiempo lo dirá”,
reflexionó sobre la posibilidad de una futura relación de pareja. “Hoy
necesito que la gente me ayude porque debo criar a mis hijos. Sólo pido
un trabajo que me dé la posibilidad de servir la mesa todos los días”.
Fuente: LA CAPITAL (Rosario)
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